Mi querida Bajo Jajo,
Växjö amanece esta semana gris. Pero hace calor. Es raro porque este clima es de verano, de julio. Pero es septiembre ya. ¿No deberíamos ya entrar en otoño? En el bosque han salido hongos, pero creo que no son comestibles. Incluso si lo fueran, no me atrevo a recoger hongos nuevos. No confío en las aplicaciones que dicen identificar miles de especies de hongos. Prefiero quedarme con los conocidos, los clásicos, los que sé que saben bien. Igual, aún así, con esos que conozco, a veces me confundo. Como con esta foto. Se supone que es stolt fjällskivling, pero la verdad no estoy seguro. De cerca se ven similares, ¿pero y si no? Aquí sí, lo que no engorda, literalmente me mata.

Esta semana me ha rondado en la cabeza un personaje de cuando estudié el pregrado. Creo que recordé a tal persona por una columna que leí en El País. Titulada “Así empezó nuestra ceguera“, por Pau Luque Sánchez, argumenta que si bien los tiranos han existido siempre, en los últimos cincuenta años había sido impensable que personas como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei se convirtieran en presidentes elegidos democráticamente. El cambio, que dice el texto probablemente empezó con Silvio Berlusconi en Italia, está sostenido hoy en día por la economía de la atención.
Hay pocas verdades universales en materia humana, pero esta es una de ellas: en la competición por la atención siempre terminan ganando los canallas.
Y remata:
“Al final, si de lo que se trata es de conseguir atención, siempre vencen los granujas adictos al espectáculo y los pícaros estrafalarios y peligrosos.”
Esta frase me dejó pensando, y me remitió en seguida a las memorias que tengo de dicho personaje de mi pregrado. Esta persona, a quien llamaré Wilfram, era un personaje trumpiano. Quienes estudiaron conmigo recuerdan siempre sus hazañas. En un modelo de Congreso de la República, que realizamos en sexto semestre, fue vetado por el simulacro de mesa directiva de dicho modelo por no acatar las reglas de orden. Volvería un par de horas más tarde, gritando, diciendo que él tenía derecho a estar en la sala porque él ya no estaba entrando como congresista, sino como asesor de una de las congresistas. La congresista era su novia. No lo dejaron entrar.
En otra ocasión, Wilfram, en clase de Política Colombiana, dijo que el Estado colombiano era una empresa, y como tal debía manejarse. La monitora le torció los ojos. La profesora lo dejó hablar, y nos preguntó qué pensábamos. Nos reímos.
Wilfram era trumpiano porque las cosas que decía eran, para todos los usos, ridículas, pero las decía con tal convicción que para nosotros era cómico ver a alguien tan felizmente seguro de lo que pensaba. Un jueves me encontró en un corredor de la universidad y me preguntó si yo tenía un millón seiscientos mil pesos que le prestara, porque iba a invertir en oro. Que el lunes me los devolvía y con creces porque él iba a ganarse seis millones de pesos en dicha inversión. No se los presté porque no tenía dinero, y aún si hubiera tenido, no se los habría dado.
Wilfram tenía un nombre y un apellido raros, con un último apellido que revelaba su origen barranquillero. Wilfram tenía un maletín que en la parte de atrás decía "Oxford University", y según él, se había graduado de tal institución de arqueólogo. En un principio le creí. Pensé que con las ínfulas de ser adinerado que tenía, y su distintivo cabello rubio, era posible – repito, posible – que él ya tuviera una carrera. Era además mayor que yo, y yo qué iba a saber de la vida de la clase alta barranquillera. Un par de clases con él me demostró que era imposible que hubiera estudiado algo, y probablemente, que muchas de las cosas que decía eran mentira.
Wilfram duró muchos años en la universidad. Entró antes que yo y terminó después que yo. Según algunos profesores, su mamá fue varias veces a la oficina de ellos a reclamarles por las notas de su hijo. Les preguntaba que por qué lo trataban tan mal. Los profesores se reían, a sus espaldas. La verdad es que la novia de Wilfram era la que le hacía los trabajos. Y siempre hacían las cosas juntos, a insistencia de ella, y de Wilfram.
Wilfram siempre me trató bien, y de hecho a veces me daba el chance en su carro para acercarme a donde yo tenía que coger el bus. Manejaba muy mal, y su carro olía raro. Nalgueaba a la novia frente a sus pasajeros, le gritaba, la trataba mal. En su tiempo en la universidad, se hizo viral en Twitter Barranquilla por una foto de la raja de sus nalgas, libre en los patios de la universidad, asomándose entre las patas y el espaldar de una silla Rimax. Su cara no se asomaba por ningún lugar de la foto, pero quienes habíamos compartido curso con él sabíamos quién era. Nos reímos y confirmamos que compartíamos curso con una leyenda de la universidad que, quién sabe, quizá nunca se graduaría. En ese momento, graduarse era importante.
Todas estas memorias surgieron del artículo de Pau Luque Sánchez. ¿Por qué? Me lo he estado preguntando porque nunca fui su amigo, y hace más de diez años que no veo a esta persona. La pregunta me atormenta porque entre tantas cosas que podría pensar en mis paseos por el bosque, estoy pensando en una persona que no fue ni mi amiga ni mi allegada, quien no me caía particularmente bien ni mal, y quien actualmente no tiene algún tipo de mi influencia en mi vida. Excepto, quizá, en estar en este escrito, liderando la narración con anécdotas de universidad. Quiero ser arrogante y pensar que es algo similar a Marcel Proust, y que he recordado a Wilfram, leyendo un artículo de El País, como cuando el filósofo francés comió una magdalena y recordó su niñez.
Del archivo
Esta semana encontré esta frase describiendo un proceso de una manera tan profesional y tan efectiva, que es tan gráfica y tan graciosa que me hace sentir una profunda alegría por las personas involucradas. El acontecimiento es de 1578. La descripción, mucho más reciente, quizá, escrita por alguien en el Archivo General de Indias que debía decir mucho en poco espacio. Dice así:
Nº 2,R.1.
Pedro de Torres y Gómez de Cifuentes, vecinos de Tunja, con Antonio Torres y Miguel Enríquez sobre haber entrado en su casa escalándola muchas veces para tener en ella trato ilícito con doña Beatriz de Contreras. Una pieza. 1578. Justicia, 1110B. Archivo General de Indias.
Que vivan los tratos ilícitos. El link lo puedes encontrar aquí.
Hasta la próxima.